Ana Piedad Jaramillo Carta a Toni Morrison
28/06/22 13:11 Contrib.Lectores
Ana Piedad Jaramillo
Carta a Toni Morrison
Querida Toni,
Soy yo, la misma, la que se sentaba contigo debajo del viejo castaño al volver de la escuela. En Ohio. En aquellos tiempos y en aquella América. La que te contaba historias que luego he visto reflejadas en tus libros con la belleza de tu pluma y la crudeza de la realidad. Desde esa época, cuando eras Chloe Ardelia, y te rebautizaron en el catolicismo como Anthony, tenías una especie de vara mágica para cambiar el mundo y soñar. Me llevabas de la mano, con esa confianza en ti misma que te caracteriza, a unas casas y países que nos pertenecían y donde encontrábamos las familias felices que no teníamos pero que soñábamos. Presentías un futuro mejor para nosotras, y cuando te disfrazabas de guerrera podías enfrentar hasta a los chicos malos de la cuadra azul frente al ferrocarril.
Pero nuestra historia tenía los tintes tristes que arrastrábamos durante años. Me reconocí en “La noche de los niños”, esa novela tejida con las voces de los personajes en primera persona. Quise contactarte inmediatamente, lloré, maldije al mundo y te bendije a ti, pero seguí en la sombra, dedicada a curar mis cicatrices y a mi huerta. Hablándome en susurros lo que quisiera contarte a gritos para que lo repitieras al mundo con tu magia y con tu rabia al escribir. Tal vez en un otoño cercano pueda poner mi cabeza en tu hombro cruzando el arroyo al llegar a Lorain, o tenga el valor, como lo he tenido hoy, de desgarrarme en letras.
Gracias por Beloved, en realidad así te sigo llamando, de día y de noche, y me gustó que le pusieras el nombre a esa otra que no eres tú. El libro lo hiciste en parte para saldar la deuda conmigo y aunque no me lo has dedicado porque nos sabes ni cómo ni dónde hacerlo, así lo tomo, pero sobre todo es el homenaje a Margaret Garner, Peggy como se le conocía, vilipendiada, acusada e incomprendida, quién en lo que ella consideró un acto de amor, de salvación, de libertad o de locura, terminó asesinando a su pequeña hija y revelando la crueldad y la locura de la esclavitud y del racismo en Estados Unidos antes de la guerra de Secesión. Alguien lo expresa mejor que yo: el libro pone los pelos de punta.
He pasado por todos tus libros sin hacer ruido, casi sin tocarlos para que sus espinas no me alcancen. Tratando de ser una lectora, no una herida viviente. Pero cómo no lanzar un quejido en Ojos Azules al verme en Pecola y sus sueños en medio de la música y del folclor que nos rodeó en la infancia. O en Sula, una historia amarga y divertida tan parecida a la nuestra. O en la canción de Salomón, adentrándose en el mito y en el realismo mágico. O La isla de los caballeros que tan bien describe la tensión entre negros y blancos. Y jazz, nuestro jazz, el eje melancólico que me inspira.
Escribo esto gota a gota. Gota que brota de mis ojos y gota de vino que rueda para mi alma. Quería hacerlo, hoy es un día especial, la noticia en la mañana atravesó como un rayo de sol mi corazón despertándolo del letargo. Tony, mi Chloe, la guerrera, ganadora del premio Nobel de Literatura.
Yo, la misma.
Escrita por Ana Piedad Jaramillo
Soy yo, la misma, la que se sentaba contigo debajo del viejo castaño al volver de la escuela. En Ohio. En aquellos tiempos y en aquella América. La que te contaba historias que luego he visto reflejadas en tus libros con la belleza de tu pluma y la crudeza de la realidad. Desde esa época, cuando eras Chloe Ardelia, y te rebautizaron en el catolicismo como Anthony, tenías una especie de vara mágica para cambiar el mundo y soñar. Me llevabas de la mano, con esa confianza en ti misma que te caracteriza, a unas casas y países que nos pertenecían y donde encontrábamos las familias felices que no teníamos pero que soñábamos. Presentías un futuro mejor para nosotras, y cuando te disfrazabas de guerrera podías enfrentar hasta a los chicos malos de la cuadra azul frente al ferrocarril.
Pero nuestra historia tenía los tintes tristes que arrastrábamos durante años. Me reconocí en “La noche de los niños”, esa novela tejida con las voces de los personajes en primera persona. Quise contactarte inmediatamente, lloré, maldije al mundo y te bendije a ti, pero seguí en la sombra, dedicada a curar mis cicatrices y a mi huerta. Hablándome en susurros lo que quisiera contarte a gritos para que lo repitieras al mundo con tu magia y con tu rabia al escribir. Tal vez en un otoño cercano pueda poner mi cabeza en tu hombro cruzando el arroyo al llegar a Lorain, o tenga el valor, como lo he tenido hoy, de desgarrarme en letras.
Gracias por Beloved, en realidad así te sigo llamando, de día y de noche, y me gustó que le pusieras el nombre a esa otra que no eres tú. El libro lo hiciste en parte para saldar la deuda conmigo y aunque no me lo has dedicado porque nos sabes ni cómo ni dónde hacerlo, así lo tomo, pero sobre todo es el homenaje a Margaret Garner, Peggy como se le conocía, vilipendiada, acusada e incomprendida, quién en lo que ella consideró un acto de amor, de salvación, de libertad o de locura, terminó asesinando a su pequeña hija y revelando la crueldad y la locura de la esclavitud y del racismo en Estados Unidos antes de la guerra de Secesión. Alguien lo expresa mejor que yo: el libro pone los pelos de punta.
He pasado por todos tus libros sin hacer ruido, casi sin tocarlos para que sus espinas no me alcancen. Tratando de ser una lectora, no una herida viviente. Pero cómo no lanzar un quejido en Ojos Azules al verme en Pecola y sus sueños en medio de la música y del folclor que nos rodeó en la infancia. O en Sula, una historia amarga y divertida tan parecida a la nuestra. O en la canción de Salomón, adentrándose en el mito y en el realismo mágico. O La isla de los caballeros que tan bien describe la tensión entre negros y blancos. Y jazz, nuestro jazz, el eje melancólico que me inspira.
Escribo esto gota a gota. Gota que brota de mis ojos y gota de vino que rueda para mi alma. Quería hacerlo, hoy es un día especial, la noticia en la mañana atravesó como un rayo de sol mi corazón despertándolo del letargo. Tony, mi Chloe, la guerrera, ganadora del premio Nobel de Literatura.
Yo, la misma.
Escrita por Ana Piedad Jaramillo