Alice Munro Maestra del detalle
15/11/13 15:22 Contrib.Lectores
ya que ante el menor descuido arriesga perder un indicio clave para resolver el conflicto de algunas de las historias que se entremezclan y organizan sus magistrales estructuras discursivas.
Sus lecturas no admiten prisa. Hay muchas referencias contextuales que pueden orientar, aunque la prosa sea sencilla, carente de adjetivaciones pomposas, pero las elipsis y las rupturas témporo-espaciales pueden generar algún sacudón al más desprevenido.
El hecho de que la autora se criara en una granja canadiense en plena época de la depresión económica no deja de ser influyente en su obra, como así también la fuerte moral presbiteriana de la familia y del entorno, que no veía con buenos ojos que la mujer estudiara o se dedicara a menesteres intelectuales (ella fue una excepción gracias a su madre).
En Mi vida querida (Lumen, 2013) relata la vida de algunas mujeres que logran liberarse del peso de la educación convencional opresiva sin importar las consecuencias (por momentos se vivencian los miedos del siglo XIX) y rescata a su madre por el papel señero que jugó en su vida, ayudándole a liberarse de esos prejuicios.
En La vida de las mujeres (Lumen, 2012), gente común -sin vida propia- deambula en un pueblo triste, aburrido, metiéndose en cuestiones ajenas. Todos se conocen y dicen ser amigos, atreviéndose a opinar y juzgar (todos resultan ser tíos y primos y no por el parentesco sino por la invasión personal y el grado de familiaridad logrados), desarrollando rutinas exasperantes que se prolongan sin sentido y sostienen creencias y supersticiones absurdas. Historias tremebundas y desopilantes, contadas con sobriedad y estilo, como una invitación a reflexionar, en las que se compendian la barbarie exterior (las imágenes que se van sucediendo), con el profundo valor connotativo, interior, de cada suceso.
Demasiada felicidad (Lumen, 2011) presenta personajes al borde de la desolación, en situaciones límite frente a la orfandad y el silencio total (frente al “otro” que no sabe cómo reaccionar). Como el horror ante un hombre que mata a sus hijos; la visión esperpéntica de una viuda que abre la puerta a un asesino; una madre que se reencuentra con su hijo, o dos mujeres que comparten un secreto de infancia y un final sin desperdicios, que hay que leer con mucha calma -que la autora ha escrito en alusión a una matemática y novelista rusa del siglo XIX Sofía Kovaleski (a quien -símil Munro- no dejaban estudiar)-, que había tenido que emigrar para desplegar sus investigaciones.
Muchos han intentado encasillar a Munro como “feminista”, pero se puede decir que homenajea a las mujeres postergadas de su época, sin detenerse en “feminismos”. Lo que ocurre es que conoce muy bien la psicología femenina porque ha convivido -y padecido- con los avatares de la mujer singular. Como ella misma ha puesto en boca de alguno de sus personajes: “Cuando un hombre sale de una habitación deja todo detrás, cuando una mujer lo hace lleva todo lo ocurrido en esa habitación con ella”.
Lejos estaríamos de suponer que sus relatos son “neutros” o no contienen “ideología”, como algún crítico quiso insinuar. Estaríamos en condiciones de afirmar que sus historias sin ser autobiográficas, son el correlato fiel de una granja canadiense presbiteriana que en plena crisis del ‘30 vive sus propias tragedias rurales, cuyos personajes giran en torno de hombres de compleja personalidad y mujeres que se desdibujan a su sombra. Dramas cotidianos que ni siquiera la vida hippie -que tan bien describe- logra liberar, porque la opresión yace en lo más profundo.
Maestra del detalle y del relato largo, cuyas páginas vale la pena leer sin prisa.
Sus lecturas no admiten prisa. Hay muchas referencias contextuales que pueden orientar, aunque la prosa sea sencilla, carente de adjetivaciones pomposas, pero las elipsis y las rupturas témporo-espaciales pueden generar algún sacudón al más desprevenido.
El hecho de que la autora se criara en una granja canadiense en plena época de la depresión económica no deja de ser influyente en su obra, como así también la fuerte moral presbiteriana de la familia y del entorno, que no veía con buenos ojos que la mujer estudiara o se dedicara a menesteres intelectuales (ella fue una excepción gracias a su madre).
En Mi vida querida (Lumen, 2013) relata la vida de algunas mujeres que logran liberarse del peso de la educación convencional opresiva sin importar las consecuencias (por momentos se vivencian los miedos del siglo XIX) y rescata a su madre por el papel señero que jugó en su vida, ayudándole a liberarse de esos prejuicios.
En La vida de las mujeres (Lumen, 2012), gente común -sin vida propia- deambula en un pueblo triste, aburrido, metiéndose en cuestiones ajenas. Todos se conocen y dicen ser amigos, atreviéndose a opinar y juzgar (todos resultan ser tíos y primos y no por el parentesco sino por la invasión personal y el grado de familiaridad logrados), desarrollando rutinas exasperantes que se prolongan sin sentido y sostienen creencias y supersticiones absurdas. Historias tremebundas y desopilantes, contadas con sobriedad y estilo, como una invitación a reflexionar, en las que se compendian la barbarie exterior (las imágenes que se van sucediendo), con el profundo valor connotativo, interior, de cada suceso.
Demasiada felicidad (Lumen, 2011) presenta personajes al borde de la desolación, en situaciones límite frente a la orfandad y el silencio total (frente al “otro” que no sabe cómo reaccionar). Como el horror ante un hombre que mata a sus hijos; la visión esperpéntica de una viuda que abre la puerta a un asesino; una madre que se reencuentra con su hijo, o dos mujeres que comparten un secreto de infancia y un final sin desperdicios, que hay que leer con mucha calma -que la autora ha escrito en alusión a una matemática y novelista rusa del siglo XIX Sofía Kovaleski (a quien -símil Munro- no dejaban estudiar)-, que había tenido que emigrar para desplegar sus investigaciones.
Muchos han intentado encasillar a Munro como “feminista”, pero se puede decir que homenajea a las mujeres postergadas de su época, sin detenerse en “feminismos”. Lo que ocurre es que conoce muy bien la psicología femenina porque ha convivido -y padecido- con los avatares de la mujer singular. Como ella misma ha puesto en boca de alguno de sus personajes: “Cuando un hombre sale de una habitación deja todo detrás, cuando una mujer lo hace lleva todo lo ocurrido en esa habitación con ella”.
Lejos estaríamos de suponer que sus relatos son “neutros” o no contienen “ideología”, como algún crítico quiso insinuar. Estaríamos en condiciones de afirmar que sus historias sin ser autobiográficas, son el correlato fiel de una granja canadiense presbiteriana que en plena crisis del ‘30 vive sus propias tragedias rurales, cuyos personajes giran en torno de hombres de compleja personalidad y mujeres que se desdibujan a su sombra. Dramas cotidianos que ni siquiera la vida hippie -que tan bien describe- logra liberar, porque la opresión yace en lo más profundo.
Maestra del detalle y del relato largo, cuyas páginas vale la pena leer sin prisa.