El adversario
El Adversario
de
Emmanuel Carrére
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El adversario es una novela que, si no fuera porque cuenta hechos reales, no valdría ni para guión de película con aspiraciones a ser tomada mínimamente en serio, porque nadie se creería la historia de Jean–Claude Romand. Pero la realidad tiene a su favor ser real, por lo cual no tiene que resultar verosímil.
Jean–Claude Romand está cumpliendo condena por haber asesinado a su mujer, a sus dos hijos y a sus padres. Un crimen horrible, sin duda, pero hay algo que lo hace aún peor: Romand les mintió a todos ellos y también a sus amigos, conocidos, a todo aquel que cruzaba su camino, al mundo entero, haciéndoles creer que era médico y que trabajaba en la Organización Mundial de la Salud. Llevaba viviendo preso en su mentira desde los 18 años. Su asesinato múltiple no fue sino la conclusión inexorable de esa mentira. El adversario es un relato basado en hechos que, a pesar de ser inverosímiles, son reales; pero no es una crónica desapegada de los hechos, un retrato ad hoc de Romand y un epílogo sobre su juicio y condena. Es una novela cargada de preguntas, o de invitaciones a formularnos ciertas preguntas a nosotros mismos. Es un horrendo –en cuanto que es real– thriller psicológico; es también un retrato psicológico del demente y asesino Jean–Claude Romand; y, en una lectura más profunda, es un libro que no sé si calificar de filosófico, pero que sí plantea reflexiones filosóficas, no siendo la menor de ellas la reflexión sobre qué es el mal y quién es malvado.
Quizá sean preguntas sin respuesta, a pesar de que Emmanuel Carrère les da sus propias respuestas, al tiempo que nos ofrece argumentos para dar pie a otras. Él responde desde el mismo título: el adversario es Satanás, el príncipe de la mentira, el gran mentiroso. Ésta es la conclusión de un viaje a las tinieblas que Emmanuel Carrère emprendió cuando el asesinato, el 9 de enero de 1993, se convirtió en portada de todos los medios y el escritor comenzó a obsesionarse con la figura de Jean–Claude Romand, en apariencia un acomodado y afortunado padre de familia y relevante investigador de la OMS. Carrère establece correspondencia con Romand y comienza a indagar en su historia, en su infancia, en sus estudios, en el momento en que dijo la primera gran mentira, en otros sucesos que ya hacían presagiar lo que se avecinaba. Y la conclusión de las pesquisas de Carrère no puede ser más sobrecogedora: Carrère reconoce a Romand como el adversario, el mentiroso por excelencia, porque, en ausencia de la mentira, no había nada ni nadie. Sencillamente, la mente, la personalidad o el alma de la persona que es Jean–Claude Romand no se atisba, no existe. Carrère nos cuenta en su novela que Romand no mentía para protegerse, ni para ocultar algo que lo pusiera en riesgo; mentía porque sí, porque había sucedido, porque estaba en su naturaleza. Y, al final, su mentira acabó explotándole a él y a las personas que lo amaban.
Emmanuel Carrère ya era un escritor respetado en Francia antes de El adversario, novela que supuso su consagración; y, por lo que parece, se trata de un autor a quien preocupa mucho el tema de la identidad, del Otro. Si es así, y sin haber yo leído ninguna de sus otras obras, puede entenderse por qué El adversario es una de sus obras más notables; porque es un estudio completo y detallado de la falta de identidad propia entendida como alma, personalidad, sustancia que caracterizan a una persona; y de cómo esa carencia conduce a la locura y a la destrucción. A medida que leemos El adversario, Carrére nos contagia su fascinación por la figura, completamente vacía, de Jean–Claude Romand, el eterno mentiroso, máxime cuando tenemos bien presente que se trata de una persona real. Y es que no es nada frecuente toparnos con esta encarnación del mal: no es una persona que, antes de sus crímenes, cometiera actos maliciosos ni malvados, no era una persona cruel, violenta ni calculadora; pero, como nos dice Carrère, le sobrevino la enfermedad de la mentira.
El adversario ofrece también, a modo de epílogo, el recuento de los primeros años de encarcelamiento de Romand. Me parece muy interesante esta parte también, y quizá la más provocadora en términos de reflexión, concretamente en torno a la posibilidad de redención, al perdón y a la posibilidad de encontrarse uno a sí mismo y, en fin, alcanzar la salvación personal. Y, una vez más, la historia de Jean–Claude Romand se nos narra con la suficiente riqueza de matices para permitir cualquiera de las dos posturas.
En suma, El adversario es una novela fascinante, un retrato de la oscuridad más absoluta y un reto al lector para ver a través de ella.