sobre grandes esperanzas
Sobre “Grandes esperanzas” de Charles Dickens
Katharina Haller
Sobre “Grandes esperanzas” de Charles Dickens
Katharina Haller
He de decir, que me ha desconcertado leer por primera vez la obra de Dickens. Jocosamente, me atreví a decir que es un “bosquechispazos”, en cuanto hace a la trama. A veces sentía que iba a haber suspenso, aventura, desenlaces inesperados, pero luego me encontraba con unos capítulos farragosos, que terminaron dándole, para mí, un ritmo lento y pesado.
Por todo lo anterior, afirmo sin rubor, que no es mi libro. Espero resarcirme con el autor, leyendo alguna otra de sus obras.
Empero creo que, como ninguno, describe, y con lujo de detalles, todas las miserias no solo de una sociedad como la victoriana inglesa, sino la condición de la humanidad. En la primera sesión en la que analizamos el libro, de las tres que le dedicamos, alcancé a decir que muestra, en toda su crudeza, lo perversos o lo buenos que podemos ser los seres humanos.
No alcanza uno a imaginarse cómo se puede humillar, maltratar y menospreciar a un niño como lo hacen quienes criaron y rodearon a Pip durante su infancia. Y de él, no pude entender cómo pudo ser tan desagradecido con Joe, el esposo de su hermana, quien lo amó intensamente y se lo dio a conocer de todas las formas que le permitía su sencillez que él mismo describía como “yo no soy una gran cabeza”.
En términos generales diría que es un libro muy ingenuo y habría querido que la vida terminara siendo más drástica para Pip, quien no tuvo siquiera el valor de convertir en su amante al gran amor de su vida. Pero, cuando nuestro contertulio Juan Fernando Mesa, interpretando a Dickens, me dijo que si no había pensado que era intencional mostrar a este personaje como un pusilánime, pensé que de pronto tiene razón. No todos son héroes en la vida diaria: somos tan comunes y corrientes y tan locos como para mí lo fueron todos estos personajes, que tenían seguramente grandes esperanzas.
Sobre cómo los niños sufren al ser humillados:
“El modo en que me había criado mi hermana me había hecho muy sensible. En el pequeño mundo en que viven los niños, sea quien sea el que los eduque, no hay nada que se perciba con tanta delicadeza ni que se sienta tan agudamente como la injusticia. La injusticia de la que el niño es objeto puede ser sólo una pequeña injusticia: pero el niño es pequeño y su mundo es pequeño y su caballo de cartón es tan alto, en proporción, como un grande y huesudo caballo irlandés”.
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Sobre cuánto influyen los seres a nuestro alrededor:
“No es posible saber hasta dónde llega en el mundo la influencia de un hombre afectuoso, honrado y cumplidor de su deber; pero es muy posible saber cómo le ha afectado a uno estar a su lado y sé perfectamente que todo lo bueno que haya podido hacer durante mi aprendizaje venía del conformado y sencillo Joe y no de mi yo inquieto, ambicioso y descontento”.
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Sobre lo insulsos que pueden ser algunos mensajes:
“Mi hermana se rió y movió la cabeza muchísimas veces y hasta repitió con Biddy las palabras: “Pip” y “fortuna”. Pero dudo que les diese más sentido del que puede tener un lema electoral…”
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Sobre la soledad de los actuales o futuros “poderosos”:
“No habría querido oír más aunque hubiera podido: así pues, me retiré de la ventana y me senté en mi única silla al lado de la cama, sintiendo que era muy triste y raro que esa noche, que era la primera de mi brillante fortuna, fuese la más solitaria que había conocido”.
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Sobre lo que muchas veces significa llorar:
“Sabe el cielo que nunca debemos avergonzarnos de nuestras lágrimas, porque son la lluvia que limpia el polvo cegador dela tierra que cubre nuestros endurecidos corazones. Me sentí mejor después de haber llorado, más apenado, más consciente de mi ingratitud, más afectuoso”.
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Lo simplistas que podemos llegar a ser:
“Llega un día –dijo Herbert- en que uno ve su oportunidad y se agarra a ella, y hace su capital, y ¡ya está!. Una vez que uno ha hecho su capital, no tiene más que emplearlo”.
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Sobre la soberbia de algunos pueblos: (nuestro llamado “regionalismo”?
“En aquel tiempo los británicos estábamos firmemente convencidos de que era una traición dudar siquiera de que nosotros éramos lo mejor del mundo; de otro modo, al tiempo que me sentí intimidado por la inmensidad de Londres, creo que habría tenido algunas dudas acerca de si no era más bien feo, tortuoso, estrecho y sucio”.
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Una sentencia que no deberíamos olvidar:
“No había la menor prueba de ello, Pip –repuso el señor Jaggers, meneando la cabeza y recogiéndose los faldones de la levita-. No juzgue nada por las apariencias, sino por las pruebas. No hay mejor regla”.
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Y me hicieron reír frases como ésta:
“La tía abuela del señor Wopsle se sobrepuso a la inveterada costumbre de vivir que había contraído” para referirse a la muerte de la tía abuela…