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Proust para leer a la orilla del mar pór alberto morales

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Proust para leer a la orilla del mar
Por: Alberto Morales

Hemos tenido en el Club de lectores algunos libros que, aunque para ser abordados requirieron de mucha ayuda, finalmente terminamos ante ellos no solo rendidos sino admirados. El Camino de Swann es uno de ellos.

Desde luego, es la conversación la que nos permite ir encontrando el camino, pues esos libros “difíciles” tienen siempre al interior del grupo, quienes los defienden, quienes encuentran un matiz, un hilo salvador, una palabra que nos ilumina y nos orienta.

Hay una especie de “trampa” que subyace en este texto prodigioso: la idea de que se trata de una narrativa en la que las páginas transcurren y transcurren y el lector “siente” que no está pasando absolutamente nada. Otra idea que prosperó en la instancia crítica era que la “repetición” parecía ser una constante. Daba la impresión de ser un texto carente de emoción.

Y entonces empezaron a desvelarse en nuestros encuentros la suma de claves, detalles, destellos, que hacen de esta obra monumental un auténtico clásico de la literatura de todos los tiempos.

Uno de los aportes más reveladores fue el de Coco. Nos dijo una cosa muy importante: que para leer a Proust había que tener una disposición de alma, una actitud, tener mucha calma. Es para leerlo a la orilla del mar, en medio de la mansedumbre de un bosque, algo así. Y tenía toda la razón. Creo que cada uno de nosotros fue entrando en esa disposición, pues terminamos reverenciándolo.

¿Qué nos sedujo? El portento del uso de las palabras, su capacidad descriptiva, su atención cuidadosa a cada detalle, su honestidad, el virtuosismo de su manera de construir el misterio. ¿No han notado ustedes que Swann tiene un aire fantasmal, que lo vamos conociendo es a fuerza de referencias de terceros, de testigos de sus aconteceres, de los chismes de madame Verdurin, de las opiniones de los otros?

Resultó fascinante en varios de los encuentros la pregunta recurrente: ¿ama de verdad o no ama a Odette?

La historia de ese amor es genuinamente intrigante, sus pensamientos desconcertantes: "¡Cada vez que pienso que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, todo por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo!"

Swann no es nada distinto a un ser humanos como cualquiera de nosotros. El hombre transita por la vida ahogándose en un mar de dudas. Tal vez sea en esto en donde se soporta su encanto literario.
Están ahí todas las pasiones, la envidia, los celos, los amores ajenos, la condición humana con todas sus luces y sus sombras. También las formas, la estética, los pensamientos de una época. Proust es además un cronista extraordinario.

Cada frase, cada tono, cada anécdota, destila un conocimiento genuino, preciso e implacable, de la naturaleza de sus personajes: “yo quiero a Odette con toda el alma; pero, vamos, para explicarle teorías de estética, hay que estar un poco tonto…”.

Sus digresiones son precisas: “Lo mismo un viajero que llega un día de buen tiempo a orillas del Mediterráneo, se olvida de que existen los países que acaba de atravesar, y más que mirar al mar, deja que le cieguen la vista los rayos que hacia él lanza el azul luminoso y resistente de las aguas”
La maledicencia fluye con naturalidad: “si Swann tuviera treinta años más y una enfermedad de la vejiga, se comprendería que escapara de esa manera; pero esto ya es burlarse de la gente”.
Los raciocinios irracionales son contundentes: “Y cosas que hasta entonces le habrían abochornado: espiar al pie de una ventana, quién sabe si mañana sonsacar distraídamente a los indiferentes, sobornar a los criados, escuchar detrás de las puertas, le parecían ahora métodos de investigación científica de un alto valor intelectual y tan apropiados al descubrimiento de la verdad como descifrar textos, comparar testimonios e interpretar monumentos”
¡Proust fue para todos nosotros, una experiencia inolvidable!