La Peste
03/01/21 10:15
La peste, de Albert Camus: en busca de la solidaridad humana
Al poco de comenzar a leer La peste, el lector se encontrará una frase en la que Albert Camus asegura que para conocer mejor una ciudad hay que averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. La enfermedad y la muerte son, sin lugar a dudas, una parte muy importante de esta gran metáfora literaria que su autor nos traslada en la que quizá sea su obra más conocida y reconocida.
La peste es una de las grandes novelas de Albert Camus. Pero, por extensión, es una de las obras cumbre de la la literatura occidental del siglo XX. Aunque el autor renegara de la etiqueta del existencialismo, en cada detalle de su obra podemos encontrar las principales tramas y situaciones que pueden inscribirse en esa corriente filosófica y que están relacionadas con la filosofía del absurdo.
La narración se centra en la ciudad argelina de Orán, a mediados del siglo XX. Camus nos describe una ciudad activa, fea y monótona, en donde sus habitantes solo piensan en trabajar para enriquecerse y reservan los placeres mundanos para los escasos momentos de ocio de que disponen. Su ritmo de vida es frenético y rutinario.
Sin embargo, algo cambiará abruptamente esa forma de vida y será la aparición de una terrible epidemia que asola la ciudad, barriendo de la calle a cientos de cadáveres diarios. Como dice el narrador, las pestes y las guerras generalmente llegan cuando la gente está más desprevenida, esto es, cuando nadie está pensando en ellas.
La situación es tan grave que la ciudad es puesta en cuarentena, sitiada y rodeada por una estricta vigilancia. Los muros históricos de Orán son el límite que demarca su principio y su fin. Y, dentro de ella, se verá contenida toda la podredumbre humana, aunque también toda su gloria. El viraje en el estilo de vida de los habitantes se hace patente. El miedo hace mella en seguida: «hay los que tienen miedo y los que no lo tienen, pero los más numerosos son los que todavía no han tenido tiempo de tenerlo».
El principal protagonista de la historia es el doctor Rieux. Un médico que trata de contener la enfermedad por todos los medios. Se trata del personaje ético o moral de la novela, el que comprende la situación y trata de luchar desesperadamente contra la misma. Hay otro personaje fundamental también, el periodista Rambert.
Este último personaje guarda todavía más complejidades en su carácter. No es habitante de Orán, sino que estaba de paso en la ciudad mientras que la mujer a la que ama está fuera. Y, de hecho, él trata de escaparse. Pero, debido a la estricta vigilancia, no lo consigue, y permanece ayudando en la medida de lo posible a que la peste no se propague.
Estos son algunos de los picos argumentales de la historia. Pero, en sí, esta sucede principalmente en la descripción que hace Albert Camus del avance de la peste. Describe detalladamente todas las catástrofes que produce, así como los remedios que tratan de aplicar sus habitantes para cortar de raíz este mal.
Se describen las medidas profilácticas y la cantidad de muertes que acontecen, siendo la enfermedad la verdadera protagonista de la novela. Narrado en primera persona, podemos ver cómo la voz acompaña a todos los personajes y lo observa todo desde una perspectiva neutral, sin involucrarse nunca en nada de lo que sucede.
La inmensa mayoría de críticos coinciden en apuntar hacia una misma idea: esa enfermedad es una metáfora del nazismo. Se trata de la propia cloaca moral del ser humano. Un mal olor, una enfermedad moral degenerativa que se va expandiendo por todos los habitantes hasta infectarlos, devorarlos y, finalmente, matarlos a todos. Los muros de la ciudad representarían la propia imposibilidad del ser humano de escapar de su propia realidad. El mal no es, por ello, algo localizado. El mal puede estar en cualquier persona.
La peste es el símbolo que utiliza el autor francés como la metáfora que favorece la conciencia del otro porque es capaz de despertar en muchas personas sentimientos profundos de amor, de solidaridad e interés por los demás que se habían perdido por la mentalidad materialista de la población. A la par de la proliferación de la peste, toda la actividad comercial en Orán también muere. En cambio, resurge de entre las cenizas un sentimiento de fraternidad en beneficio de las relaciones humanas.
Es ese tránsito que nos lleva desde la indiferencia, la pasividad y falta de amor al prójimo hasta la solidaridad humana lo que le confiere una gran carga moral a esta portentosa novela. La enfermedad no afecta solamente al que se contagia con ella, sino a aquellos que permanecen sanos y toman dos actitudes diferentes: el más puro egoísmo y la generosidad sin límites. Uno de los personajes principales, Tarrou, lo describe de este modo: «esa porquería de enfermedad… hasta los que no la tienen parecen llevarla en el corazón.«
Pese a sus diferencias ideológicas, entre Rieux y Tarrou se desarrollará una fuerte amistad. En un momento dado Tarrou confiesa que su aspiración es llegar a ser santo. Para Rieux, por el contrario, lo verdaderamente importante es ser solidario: «Lo que me interesa es ser hombre«, afirma. Y esa afirmación queda remachada por esta otra: «bien sé que el hombre es capaz de acciones grandes, pero si no es capaz de un gran sentimiento no me interesa«. La lucha de Rieux contra la enfermedad es atroz e incansable, y representa una batalla contra el mal.
Podemos ver un paralelismo claro entre el argumento de La peste y buena parte de los principales títulos existencialistas de Europa. De Kafka a Sartre vemos el drama de una existencia reducida al absurdo. Una vida encarcelada en ella misma y que lucha contra su propia naturaleza. Se trata de un dilema, aportado en este caso por Albert Camus, entre el bien y el mal, entre una vida moral y una degradación ética.
El estilo de la obra es tan seco y áspero como otros grandes títulos elaborados por el escritor francés. Sin embargo, en esta obra podemos encontrar muchas frases con dobles significados. Cada palabra parece una alegoría de otra cosa, muy similar a El proceso de Kafka.
En conclusión, Albert Camus realizó una gran aproximación al tema de la solidaridad humana en La peste. La grandeza de la obra se inscribe a la perfección en una de las corrientes literarias más importantes del siglo XX, el existencialismo. Y, además, apunta al profundo problema del mal y el bien en el ser humano. El final de la novela tiene un punto de esperanzador en el que Albert Camus nos hace ver que, pese a todos los males que pueden asolar el mundo en forma de plaga, siempre cabe la esperanza de que aflore lo mejor del ser humano:
Del puerto oscuro subieron los primeros cohetes de los festejos oficiales. La ciudad los saludó con una sorda y larga exclamación. Cottard, Tarrou, aquellos y aquella que Rieux había amado y perdido, todos, muertos o culpables, estaban olvidados. El viejo tenía razón, los hombres eran siempre los mismos. Pero esa era su fuerza y su inocencia y era en eso en lo que, por encima de todo su dolor, Rieux sentía que se unía a ellos. En medio de los gritos que redoblaban su fuerza y su duración, que repercutían hasta el pie de la terraza, a medida que los ramilletes multicolores se elevaban en el cielo, el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.
Sin embargo, Albert Camus no era un optimista ingenuo, y sabe que pese a que ese sentimiento de fraternidad humana es posible, no hay que bajar la guardia jamás:
Pero sabía que, sin embargo, esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser más que el testimonio de lo que fue necesario hacer y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos. Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa.