PEQUEÑO PAÍS: CUANDO ERES CAPAZ DE SOBREVIVIR A LA MEMORIA
28/06/22 12:33 Contrib.Lectores
PEQUEÑO PAÍS: CUANDO ERES CAPAZ
DE SOBREVIVIR A LA MEMORIA
Por: Alberto Morales
PEQUEÑO PAÍS: CUANDO ERES CAPAZ
DE SOBREVIVIR A LA MEMORIA
Por Alberto Morales Gutiérrez
Lo primero fue tener esta prodigiosa novela en la mano, luego leerla y después el frenesí de saber quién diablos es Gaël Faye, dónde queda Ruanda, en dónde Burundi, Zaire. Inundarse con la información de esa tragedia para la humanidad que fue, en su momento, tan lejana para nosotros y que, de repente, emerge de los entresijos de esta narración y te abofetea, te sacude y te deja sin aliento.
Es un texto construido con sabiduría y precisión. Un texto hermoso, poético, profundamente literario, visceral, emotivo, desgarrador y, sobre todo, verdadero. Verdadero en el sentido artístico del término, un texto honesto.
Tiene usted en las primeras páginas a cinco adolescentes que viven en un barrio acomodado, una “barra” como las que conformamos todos los muchachos del mundo, y asume que ha empezado a leer una historia ligera de mangos robados, y aventuras inocentes. Pero no. Asiste usted a una catarsis. Un relato que se construye sin ofrecer excusas o matices, en donde Gabriel, el protagonista, nos deja ver el conflicto de sus padres, la manera como el hilo de esa relación empieza a reventarse, las vicisitudes e impactos en las vidas de sus hijos, las relaciones que a su vez tienen los amigos con sus propios padres, las ausencias, la familia, las relaciones con la servidumbre, la política, la política, la política, la militancia, la hecatombe de ese país. Todo a la manera de una sinfonía, un “crescendo” en donde los muchachos dejan de ser muchachos y se convierten en testigos de ese genocidio y del impacto en sus vidas y en todo lo que los rodea.
“Aquella tarde, por primera vez en mi vida, entré en la realidad profunda del país. Descubrí el antagonismo entre hutus y tutsis, la infranqueable línea de demarcación que obligaba a cada cual a estar en un bando u otro. Uno cargaba con ese bando desde que nacía, igual que se recibe un nombre, y eso lo perseguía para siempre. Hutu o tutsi. (…) Sin que se le pida, la guerra se encargaba siempre de procurarnos un enemigo. Yo, que quería permanecer neutral, no pude serlo. Había nacido con aquella historia. Me corría por dentro. Le pertenecía”, explica Gabriel. “Asistía en primera fila al espectáculo del odio”.
Pequeño país es buena literatura, textos construidos con filigrana, precisos, contundentes: “Al atravesar el mercado de Rumonge, papá cambió de marcha y, con el mismo movimiento, puso la mano sobre la rodilla de mamá. Ella la apartó con violencia, como quien espanta una mosca de su plato de comida. Papá miró de inmediato por el retrovisor y yo fingí no haber visto nada…”
La discusión de sus padres atraviesa el paseo y se instala en la noche. “la rabia de mamá hizo temblar las paredes de la casa. Oí ruidos de vasos que se rompían, de cristales que estallaban, de platos que se estrellaban contra el suelo. Papá repetía: Yvonne, cálmate.¡Vas a despertar a todo el vecindario! – ¡Vete a la mierda! – Los sollozos habían transformado la voz de mamá en un torrente de lodo y piedras…”
Ya has leído el texto, respiras con admiración y quieres saber de Gaél Faye. Te enteras que es un exitoso rapero, que su música causa sensación en Francia y en Europa. Como eres prejuicioso, te asalta una preocupación: ¿Cómo puede un rapero producir una novela de esta dimensión? Y entonces la evidencia te desborda. Lo encuentras en You Tube, lo escuchas, te seduce ese ritmo, esa voz sin pretensiones, ese talento. Te concentras en las letras de sus canciones, en esas historias largas que te hacen pensar que lo de Ruben Blades con Pedro Navaja es una anécdota corta, y te obsesionar por entender qué dicen, para dónde van, y es ahí cuando terminas entendiéndolo todo.
Déjeme le comparto algunos apartes de una de sus canciones emblemáticas: Je pars (Me voy)
“Me voy, mi vida es demasiado triste
Me voy, he dejado una nota incrustada de palabras sucias
Me voy, dejadme con mi dolor
Me voy a un mundo hecho de luz y de color…
Me voy, necesitaba valor, he activado el arranque
De buena mañana me voy y arrojo la antorcha
Encontraré mi Abisinia, como Arthur Rimbaud
Me voy, salgo hacia la vida…
Aquí me llaman “Negro”, no hay sitio para las pieles morenas
Quiero que mis pómulos y mis mejillas se calienten todo el año…
Me voy, salgo hacia la vida
Me voy a la estación de lluvias
Me voy, ayer, mañana y hoy
Me voy, salgo hacia la vida
Me voy, por un rayo de sombra
Ven a encontrar, Paloma, mi corazón muerto bajo los escombros…
Todo en él es una memoria activa y salvadora. Lo vio todo, lo recuerda todo y, con su asombrosa inteligencia, es capaz de estar ahí y, al mismo tiempo, es capaz de guardar distancia.
DE SOBREVIVIR A LA MEMORIA
Por Alberto Morales Gutiérrez
Lo primero fue tener esta prodigiosa novela en la mano, luego leerla y después el frenesí de saber quién diablos es Gaël Faye, dónde queda Ruanda, en dónde Burundi, Zaire. Inundarse con la información de esa tragedia para la humanidad que fue, en su momento, tan lejana para nosotros y que, de repente, emerge de los entresijos de esta narración y te abofetea, te sacude y te deja sin aliento.
Es un texto construido con sabiduría y precisión. Un texto hermoso, poético, profundamente literario, visceral, emotivo, desgarrador y, sobre todo, verdadero. Verdadero en el sentido artístico del término, un texto honesto.
Tiene usted en las primeras páginas a cinco adolescentes que viven en un barrio acomodado, una “barra” como las que conformamos todos los muchachos del mundo, y asume que ha empezado a leer una historia ligera de mangos robados, y aventuras inocentes. Pero no. Asiste usted a una catarsis. Un relato que se construye sin ofrecer excusas o matices, en donde Gabriel, el protagonista, nos deja ver el conflicto de sus padres, la manera como el hilo de esa relación empieza a reventarse, las vicisitudes e impactos en las vidas de sus hijos, las relaciones que a su vez tienen los amigos con sus propios padres, las ausencias, la familia, las relaciones con la servidumbre, la política, la política, la política, la militancia, la hecatombe de ese país. Todo a la manera de una sinfonía, un “crescendo” en donde los muchachos dejan de ser muchachos y se convierten en testigos de ese genocidio y del impacto en sus vidas y en todo lo que los rodea.
“Aquella tarde, por primera vez en mi vida, entré en la realidad profunda del país. Descubrí el antagonismo entre hutus y tutsis, la infranqueable línea de demarcación que obligaba a cada cual a estar en un bando u otro. Uno cargaba con ese bando desde que nacía, igual que se recibe un nombre, y eso lo perseguía para siempre. Hutu o tutsi. (…) Sin que se le pida, la guerra se encargaba siempre de procurarnos un enemigo. Yo, que quería permanecer neutral, no pude serlo. Había nacido con aquella historia. Me corría por dentro. Le pertenecía”, explica Gabriel. “Asistía en primera fila al espectáculo del odio”.
Pequeño país es buena literatura, textos construidos con filigrana, precisos, contundentes: “Al atravesar el mercado de Rumonge, papá cambió de marcha y, con el mismo movimiento, puso la mano sobre la rodilla de mamá. Ella la apartó con violencia, como quien espanta una mosca de su plato de comida. Papá miró de inmediato por el retrovisor y yo fingí no haber visto nada…”
La discusión de sus padres atraviesa el paseo y se instala en la noche. “la rabia de mamá hizo temblar las paredes de la casa. Oí ruidos de vasos que se rompían, de cristales que estallaban, de platos que se estrellaban contra el suelo. Papá repetía: Yvonne, cálmate.¡Vas a despertar a todo el vecindario! – ¡Vete a la mierda! – Los sollozos habían transformado la voz de mamá en un torrente de lodo y piedras…”
Ya has leído el texto, respiras con admiración y quieres saber de Gaél Faye. Te enteras que es un exitoso rapero, que su música causa sensación en Francia y en Europa. Como eres prejuicioso, te asalta una preocupación: ¿Cómo puede un rapero producir una novela de esta dimensión? Y entonces la evidencia te desborda. Lo encuentras en You Tube, lo escuchas, te seduce ese ritmo, esa voz sin pretensiones, ese talento. Te concentras en las letras de sus canciones, en esas historias largas que te hacen pensar que lo de Ruben Blades con Pedro Navaja es una anécdota corta, y te obsesionar por entender qué dicen, para dónde van, y es ahí cuando terminas entendiéndolo todo.
Déjeme le comparto algunos apartes de una de sus canciones emblemáticas: Je pars (Me voy)
“Me voy, mi vida es demasiado triste
Me voy, he dejado una nota incrustada de palabras sucias
Me voy, dejadme con mi dolor
Me voy a un mundo hecho de luz y de color…
Me voy, necesitaba valor, he activado el arranque
De buena mañana me voy y arrojo la antorcha
Encontraré mi Abisinia, como Arthur Rimbaud
Me voy, salgo hacia la vida…
Aquí me llaman “Negro”, no hay sitio para las pieles morenas
Quiero que mis pómulos y mis mejillas se calienten todo el año…
Me voy, salgo hacia la vida
Me voy a la estación de lluvias
Me voy, ayer, mañana y hoy
Me voy, salgo hacia la vida
Me voy, por un rayo de sombra
Ven a encontrar, Paloma, mi corazón muerto bajo los escombros…
Todo en él es una memoria activa y salvadora. Lo vio todo, lo recuerda todo y, con su asombrosa inteligencia, es capaz de estar ahí y, al mismo tiempo, es capaz de guardar distancia.