el primer libro
07/02/21 12:21 Contrib.Lectores
El primer libro
Ramiro Isaza
EL PRIMER LIBRO
De mi infancia sólo quedan escasos recuerdos anclados en fotos que amarillean en los álbumes y otros armados y vueltos a armar, difícil rompecabezas, con fragmentos de relatos de los mayores que aún quedan. Quizás ninguno de esos pormenores sea cierto. Yo, como muchos de los de mi especie padezco la debilidad y fantasía de jugar inventando caminos del pasado.
Pero hay una verdad, segura entre muy pocas: tuve la fortuna de ir a un colegio donde había biblioteca y horas de biblioteca. Y cada semana ocurría una suerte de prodigio: la algarabía de tantos niños reunidos
se apagaba y un silencio reverencial era apenas interrumpido, de manera casi impercepible, por el sutil susurruo de cambiar la página.
Así que, cuál fue mi primer libro? jamás lo sabré y además tampoco importa. Creo recordar, ó quisera recordar, que primero fueron las imágenes, con ellas, con las láminas, descubrí asombrado, sin saber que eran, dinosaurios y pirámides, supe que había, hubo, diluvios y gigantes, que en los mapas, los otros países eran de colores y sin salir, conocí el mar y la nieve.
Luego vinieron las palabras: el poder sin límites de unos cuantos signos el mágico tesoro del vocabulario, la ilusión del párrafo para narrar en el relato otras vidas, otros paisajes, otras épocas; para invocar la alquimia de un verso destilado ó para fabricar en el espejo infinito del ensayo más preguntas siempre que respuestas.
Los libros han sido un refugio adonde he ido a huir de la vecindad de mi entorno, a vencer el estrecho cerco de mi valle:
quizás a escapar de mis fantasmas propios.
Los libros me han dejado dulces cicatrices y una que otra certeza que atesoro: antes, ahora y mañana; aquí y allá y más allá, los hombres somos todos iguales
actores de pasiones idénticas un mosaico de mezquindades y grandezas.
Luego de muchas décadas de habitar este mi cuerpo en el último trecho del camino, ante la irremediable finitud de mis días, degusto una a una cada frase leída,
con imaginación que aún se maravilla, cada texto, como una golosina que acompaña, como regalo de estreno, como el postrer obsequio para el efímero resto de mi tiempo y de mis ojos.
De mi infancia sólo quedan escasos recuerdos anclados en fotos que amarillean en los álbumes y otros armados y vueltos a armar, difícil rompecabezas, con fragmentos de relatos de los mayores que aún quedan. Quizás ninguno de esos pormenores sea cierto. Yo, como muchos de los de mi especie padezco la debilidad y fantasía de jugar inventando caminos del pasado.
Pero hay una verdad, segura entre muy pocas: tuve la fortuna de ir a un colegio donde había biblioteca y horas de biblioteca. Y cada semana ocurría una suerte de prodigio: la algarabía de tantos niños reunidos
se apagaba y un silencio reverencial era apenas interrumpido, de manera casi impercepible, por el sutil susurruo de cambiar la página.
Así que, cuál fue mi primer libro? jamás lo sabré y además tampoco importa. Creo recordar, ó quisera recordar, que primero fueron las imágenes, con ellas, con las láminas, descubrí asombrado, sin saber que eran, dinosaurios y pirámides, supe que había, hubo, diluvios y gigantes, que en los mapas, los otros países eran de colores y sin salir, conocí el mar y la nieve.
Luego vinieron las palabras: el poder sin límites de unos cuantos signos el mágico tesoro del vocabulario, la ilusión del párrafo para narrar en el relato otras vidas, otros paisajes, otras épocas; para invocar la alquimia de un verso destilado ó para fabricar en el espejo infinito del ensayo más preguntas siempre que respuestas.
Los libros han sido un refugio adonde he ido a huir de la vecindad de mi entorno, a vencer el estrecho cerco de mi valle:
quizás a escapar de mis fantasmas propios.
Los libros me han dejado dulces cicatrices y una que otra certeza que atesoro: antes, ahora y mañana; aquí y allá y más allá, los hombres somos todos iguales
actores de pasiones idénticas un mosaico de mezquindades y grandezas.
Luego de muchas décadas de habitar este mi cuerpo en el último trecho del camino, ante la irremediable finitud de mis días, degusto una a una cada frase leída,
con imaginación que aún se maravilla, cada texto, como una golosina que acompaña, como regalo de estreno, como el postrer obsequio para el efímero resto de mi tiempo y de mis ojos.