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alas de papel

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ALAS DE PAPEL
Por
Ana Piedad Jaramillo

ALAS DE PAPEL

Recuerdo mi infancia muy unida a los libros. Sé que aprendí a leer muy pronto y que los libros fueron mis alas, las que aun hoy aletean nerviosas cuando quieren emprender un largo vuelo.
Mis primeros libros, como los de tantos niños en el mundo, fueron cuentos llenos de imágenes: Caperucita Roja, La Cenicienta, Blanca Nieves, Pinocho y Alicia en el País de las Maravillas, entre tantos otros. Luego me llegaron dos regalos maravillosos: Las Mil y Una Noches y Las aventuras de la abeja Maya. El primero me llevó a países extraños done viajé en el tiempo sentada en la silla que había en el patio de mi casa del centro de Medellín. El segundo era un libro muy bien editado con las pastas en tela y olor peculiar (porque los libros huelen según su tinta y su papel) que relataba las aventuras de una abeja muy especial que quiere conocer el mundo y no pasar su vida recogiendo miel y llevándola a la colmena, lo que más desea es conocer al ser humano del que tanto ha oído hablar. A veces, sentaba mis muñecas en la cocina y les leía los cuentos con la intención de ser oída por mi madre o por quien estuviera cocinando. Les agregaba otras historias que me inventaba, pero simulaba leerlos.
Además de los cuentos leía las fábulas, y me aprendía algunas, de Rafael Pombo, de Esopo y de La Fontaine.
Más tarde en el colegio una profesora nos propuso tener una biblioteca en el salón con los libros que lleváramos de nuestras casas, lo que nos animó aún más a leer. ¡Qué buena promotora de lectura!. Caí en el embrujo de Enid Blyton y sus libros de aventuras las cuales revivía en carne y hueso con mis compañeras, y de los libros de Julio Verne, Charles Dickens y Mark Twain. Descubrí autores como Dostoievski, Kafka y Victor Hugo. Y empecé a explorar, de la mano de mis profesores, la literatura colombiana. Leí sin censura lo que llegaba y me atreví a hacerlo con La piel de zapa de Balzac lo cual me costó la suspensión del colegio.
Seguí volando con García Márquez y su realismo mágico y con los escritores que llamaban del boom latinoamericano. Los libros se convirtieron en mi principal compañía y me construyeron un mundo paralelo, fantástico, el cual me acompaña y se confunde con el verdadero.
En esos vuelos fui atrapada por los libros de mujeres como Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar, Djuna Varnes, Marguerite Duras, Emily Dickinson, las hermanas Bronte, Alejandra Pizarnik, Gabriela Mistral, Elena Poniatowska, y Margaret Atwood, cuyas miradas señalaban otros rumbos más íntimos y solitarios.
No podría enumerar lo que he leído. Poesía, ensayos, novelas, crónicas, reportajes. Ficción y no Ficción. Aparecen en el trasfondo, desde lejos, y en un orden caprichoso. Cambio mis preferencias según los tiempos que vivo. Olvido e inventó. Releo. Los analizó o simplemente me dejo llevar por sus encantos.
Ayer me hablaron Mann, Rimbaud, Whitmann, Pamuk, Pessoa, Marai, Faulkner, Melville Murakami o De Greiff. Hoy me hablan Fernando González, Magda Szabo, Piedad Bonnett, Héctor Abad, Joseph Conrad, Marvel Moreno y Juan Gabriel Vásquez. Mañana lo harán nuevos y viejos escritores.
Los años pasan y entre las historias que leo y las que vivo cada vez el hilo es más delgado y la imagen más sutil. He vislumbrado la libertad, el sueño, el infinito, el tiempo. He combatido el aburrimiento y el encierro con alas gigantes que salen por los techos de mi casa y traspasan los árboles en dirección al cielo. Desde allí se desprende, como lo hace el arco iris, la imagen borrosa de un libro, de ese libro que todo me lo ha dado.