Sumisión
21/05/19 19:07 Leyendo
'Sumisión', la polémica novela
de Houellebecq sobre la
islamización de Francia
“La religión más tonta es el islam”, declaró Michel Houellebecq a la revista Lire en 2001, lo que le costó ser atacado por las asociaciones musulmanas. En ese momento nos enteramos de que la madre del autor se había convertido al islam. De entrada, uno se espera lo peor al recibir la nueva novela: Sumisión, esa palabra que traduce la palabra árabe “islam”, es decir, la sumisión a Alá, pero también la sumisión de los “infieles” por la conversión. Acá, Houellebecq se reconcilia con la “novela de ideas”, tipo Las partículas elementales o Plataforma, a riesgo de perder la gracia de las mejores y más metafísicas La posibilidad de una isla y El mapa y el territorio. Y lo hace con una novedad: se la agarra con toda la clase política con su humor irónico.
Sumisión es una novela de anticipación social, tan paranoica como lo requiere el género, que nos sumerge en Francia en 2022, durante las elecciones presidenciales. Después de la primera vuelta, los dos partidos en pugna ya no serán los tradicionales de centro derecha y de centro izquierda, sino el Frente Nacional (FN) y, pura invención de Houellebecq, la Fraternidad Musulmana (FM), el partido musulmán de Francia (postulado inverosímil), liderado por el moderado Mohammed Ben Abbes.
Con Sumisión, Houellebecq parece denunciar no solo una época –apática, indiferente, oportunista– sino también la fatuidad de toda forma de idealismo. Ya sean seculares o religiosos, esos ideales terminarán siempre por ser usados por los hombres para colmar sus necesidades más básicas.
Mientras que Francia está al borde de una guerra civil que opone a los sectores extremistas de esos partidos (el Bloque Identitario para el FN, los yihadistas para el FM), Abbes propone lugares en su futuro gobierno a los dos partidos republicanos, les ofrece algo para sumarlos a la causa, y esto le permite ganar las elecciones. Los motines cesan, la delincuencia disminuye, así como disminuye la tasa de desempleo, ya que el nuevo régimen prohíbe que las mujeres trabajen, les ordena que se vistan diferente, permite a los hombres la poligamia, recupera la importancia de la familia y erradica la crisis gracias a los petrodólares de Qatar y de Arabia Saudita. El proyecto secreto de Ben Abbes: unir Turquía, Argelia, Marruecos, Túnez y Egipto a Europa, para hacer un nuevo imperio romano, y convertir la mayor cantidad posible de cristianos o ateos al islam.
Todo el escenario es narrado a través de la voz de François, y sus conversaciones con sus colegas, un joven universitario del Bloque Identitario, un ex agente de los servicios secretos, su amante Myriam, una joven judía cuya familia decidirá exiliarse en Israel. Profesor de la universidad, especialista en Huysmans (cuya conversión al catolicismo nunca comprendió), François será echado por el nuevo director, musulmán, porque él no es musulmán. François es una caricatura del personaje houellebecquiano: un soltero de 44 años que vive en el barrio chino del distrito XIII, no tiene amigos, no derrama ni una lágrima cuando mueren sus padres, se acuesta con sus estudiantes que siempre terminan por abandonarlo, no puede tener una erección con una mujer de su edad (cuya carne se deforma, ¡definitivamente, la obsesión de Houellebecq!), se coge a algunas prostitutas sin disfrutarlo. Para resumir: se siente morir lentamente, solo y desgraciado. Al final, aceptará convertirse, no solo para recuperar su puesto de trabajo (que ahora se paga diez mil euros por mes gracias a los fondos de Qatar) sino sobre todo porque el islam lo autoriza a tener una esposa de quince años en su cama y otra de cuarenta en la cocina.
Houellebecq se reconcilia con la “novela de ideas”, tipo Las partículas elementales o Plataforma, a riesgo de perder la gracia de las mejores y más metafísicas La posibilidad de una isla y El mapa y el territorio.
El riesgo de un libro así es alimentar la xenofobia del ambiente, las ideas de la derecha y de la extrema derecha para estigmatizar aún más a la comunidad musulmana de Francia, mientras que la única real amenaza que planea hoy sobre la República es el FN. Pero no hay nada de “racialización” en el libro, sino sexualización a ultranza. El amor, la sociedad y el mundo son vistos desde una perspectiva exclusivamente masculina; las mujeres solo son útiles para coger (si son jóvenes) o para cocinar. El macho occidental contemporáneo, necesariamente frustrado (como nos repite el autor en todos sus libros), terminaría eligiendo fatalmente cualquier sistema que le permita colmar sus carencias (el turismo sexual favorecido por el eje Norte-Sur en Plataforma, la clonación en La posibilidad de una isla y el islam en Sumisión, que vuelve a poner la célula familiar y el matrimonio arreglado –la mujer, el gran problema de Houellebecq– en el centro de la sociedad).
Lo que resulta fascinante es que la visión houellebecquiana no haya cambiado nunca desde Ampliación del campo de batalla, como si la vida no hubiera tenido ninguna influencia en el autor, como si hubiera congelado sus teorías para volver a servírnoslas, con cada nuevo libro, condimentadas cada vez (¿con oportunismo?) con la salsa del día, es decir, la actualidad más provocadora.
Sumisión es una novela de anticipación social, tan paranoica como lo requiere el género, que nos sumerge en Francia en 2022, durante las elecciones presidenciales.
En el fondo, Sumisión es una fábula que le permite a Houellebecq denunciar, nuevamente, su único verdadero enemigo: la sociedad liberal occidental post-Mayo del 68, donde el hombre, liberado de todo yugo (familia, religión), se encuentra libre, es decir, libre para estar solo y desgraciado. Un callejón sin salida que conduciría a los seres, según el autor, a la vacuidad de la existencia solamente marcada, como la de François, por los cambios de clima, la cocina, algunas buenas bebidas y la televisión. Houellebecq encarna en François al arquetipo del occidental promedio: sin interés ni en la política ni en la religión, estará listo para unirse a cualquier sistema, aunque sea opresivo, que le permita asegurar, a través de su bienestar egoísta, su propia supervivencia. La sátira le permite demostrar todos los mecanismos que llevan a un ser humano a aceptar lo inaceptable (¿eco de la Ocupación en Francia y del colaboracionismo?).
Sorprenderá a lo largo del texto la ausencia de toda forma de oposición, individual, colectiva o política. Con Sumisión, Houellebecq parece denunciar no solo una época –apática, indiferente, oportunista– sino también la fatuidad de toda forma de idealismo. Ya sean seculares o religiosos, esos ideales terminarán siempre por ser usados por los hombres para colmar sus necesidades más básicas. A riesgo de someter y someterse. ¿La única salvación para la especie humana según Houellebecq? La sumisión. En eso, Sumisión es quizás el más molesto de todos sus libros, el más nihilista.
Sumisión es una novela de anticipación social, tan paranoica como lo requiere el género, que nos sumerge en Francia en 2022, durante las elecciones presidenciales. Después de la primera vuelta, los dos partidos en pugna ya no serán los tradicionales de centro derecha y de centro izquierda, sino el Frente Nacional (FN) y, pura invención de Houellebecq, la Fraternidad Musulmana (FM), el partido musulmán de Francia (postulado inverosímil), liderado por el moderado Mohammed Ben Abbes.
Con Sumisión, Houellebecq parece denunciar no solo una época –apática, indiferente, oportunista– sino también la fatuidad de toda forma de idealismo. Ya sean seculares o religiosos, esos ideales terminarán siempre por ser usados por los hombres para colmar sus necesidades más básicas.
Mientras que Francia está al borde de una guerra civil que opone a los sectores extremistas de esos partidos (el Bloque Identitario para el FN, los yihadistas para el FM), Abbes propone lugares en su futuro gobierno a los dos partidos republicanos, les ofrece algo para sumarlos a la causa, y esto le permite ganar las elecciones. Los motines cesan, la delincuencia disminuye, así como disminuye la tasa de desempleo, ya que el nuevo régimen prohíbe que las mujeres trabajen, les ordena que se vistan diferente, permite a los hombres la poligamia, recupera la importancia de la familia y erradica la crisis gracias a los petrodólares de Qatar y de Arabia Saudita. El proyecto secreto de Ben Abbes: unir Turquía, Argelia, Marruecos, Túnez y Egipto a Europa, para hacer un nuevo imperio romano, y convertir la mayor cantidad posible de cristianos o ateos al islam.
Todo el escenario es narrado a través de la voz de François, y sus conversaciones con sus colegas, un joven universitario del Bloque Identitario, un ex agente de los servicios secretos, su amante Myriam, una joven judía cuya familia decidirá exiliarse en Israel. Profesor de la universidad, especialista en Huysmans (cuya conversión al catolicismo nunca comprendió), François será echado por el nuevo director, musulmán, porque él no es musulmán. François es una caricatura del personaje houellebecquiano: un soltero de 44 años que vive en el barrio chino del distrito XIII, no tiene amigos, no derrama ni una lágrima cuando mueren sus padres, se acuesta con sus estudiantes que siempre terminan por abandonarlo, no puede tener una erección con una mujer de su edad (cuya carne se deforma, ¡definitivamente, la obsesión de Houellebecq!), se coge a algunas prostitutas sin disfrutarlo. Para resumir: se siente morir lentamente, solo y desgraciado. Al final, aceptará convertirse, no solo para recuperar su puesto de trabajo (que ahora se paga diez mil euros por mes gracias a los fondos de Qatar) sino sobre todo porque el islam lo autoriza a tener una esposa de quince años en su cama y otra de cuarenta en la cocina.
Houellebecq se reconcilia con la “novela de ideas”, tipo Las partículas elementales o Plataforma, a riesgo de perder la gracia de las mejores y más metafísicas La posibilidad de una isla y El mapa y el territorio.
El riesgo de un libro así es alimentar la xenofobia del ambiente, las ideas de la derecha y de la extrema derecha para estigmatizar aún más a la comunidad musulmana de Francia, mientras que la única real amenaza que planea hoy sobre la República es el FN. Pero no hay nada de “racialización” en el libro, sino sexualización a ultranza. El amor, la sociedad y el mundo son vistos desde una perspectiva exclusivamente masculina; las mujeres solo son útiles para coger (si son jóvenes) o para cocinar. El macho occidental contemporáneo, necesariamente frustrado (como nos repite el autor en todos sus libros), terminaría eligiendo fatalmente cualquier sistema que le permita colmar sus carencias (el turismo sexual favorecido por el eje Norte-Sur en Plataforma, la clonación en La posibilidad de una isla y el islam en Sumisión, que vuelve a poner la célula familiar y el matrimonio arreglado –la mujer, el gran problema de Houellebecq– en el centro de la sociedad).
Lo que resulta fascinante es que la visión houellebecquiana no haya cambiado nunca desde Ampliación del campo de batalla, como si la vida no hubiera tenido ninguna influencia en el autor, como si hubiera congelado sus teorías para volver a servírnoslas, con cada nuevo libro, condimentadas cada vez (¿con oportunismo?) con la salsa del día, es decir, la actualidad más provocadora.
Sumisión es una novela de anticipación social, tan paranoica como lo requiere el género, que nos sumerge en Francia en 2022, durante las elecciones presidenciales.
En el fondo, Sumisión es una fábula que le permite a Houellebecq denunciar, nuevamente, su único verdadero enemigo: la sociedad liberal occidental post-Mayo del 68, donde el hombre, liberado de todo yugo (familia, religión), se encuentra libre, es decir, libre para estar solo y desgraciado. Un callejón sin salida que conduciría a los seres, según el autor, a la vacuidad de la existencia solamente marcada, como la de François, por los cambios de clima, la cocina, algunas buenas bebidas y la televisión. Houellebecq encarna en François al arquetipo del occidental promedio: sin interés ni en la política ni en la religión, estará listo para unirse a cualquier sistema, aunque sea opresivo, que le permita asegurar, a través de su bienestar egoísta, su propia supervivencia. La sátira le permite demostrar todos los mecanismos que llevan a un ser humano a aceptar lo inaceptable (¿eco de la Ocupación en Francia y del colaboracionismo?).
Sorprenderá a lo largo del texto la ausencia de toda forma de oposición, individual, colectiva o política. Con Sumisión, Houellebecq parece denunciar no solo una época –apática, indiferente, oportunista– sino también la fatuidad de toda forma de idealismo. Ya sean seculares o religiosos, esos ideales terminarán siempre por ser usados por los hombres para colmar sus necesidades más básicas. A riesgo de someter y someterse. ¿La única salvación para la especie humana según Houellebecq? La sumisión. En eso, Sumisión es quizás el más molesto de todos sus libros, el más nihilista.