MOLANO, EL ABUELO
22/06/21 16:22
Alfredo Molano Bravo
“Cartas a Antonia” terminó siendo una aventura que superó todas nuestras expectativas, pues no solo brindó dos sesiones de comentarios y reflexiones profundas, conmovedoras, sino que culminó, como en una especie de círculo virtuoso, en una charla fascinante, con su hijo y editor Alfredo Molano Jimeno, en donde nos llenamos de anécdotas, datos y señales, que nos permitieron, al final, una total comprensión sobre el significado de este libro.
La figura de Alfredo Molano Bravo, el sociólogo, cuyos libros se convirtieron en textos de culto para los estudiantes universitarios (Aguas Arriba, Selva adentro, Ahí les dejo esos fierros) y quien era reconocido como alumno aventajado del también mítico Orlando Fals Borda, esa figura – digo – brilla en el universo académico y es reconocida, además, por quienes ejercitan el pensamiento crítico en este país descuadernado.
Luego se sumaron sus crónicas y columnas, que empezaron a configurar todo un corpus de ideas expresadas y construidas con total coherencia, en donde se siente de manera nítida su dolor de patria, su solidaridad con los excluidos, su vocación de justicia. Fue precisamente por lo que significa su pensamiento que no sólo se vio obligado al exilio por un tiempo, ya que las amenazas hicieron insostenible su presencia en el país, sino que, a la manera de lo que significa la otra cara de la moneda, fue designado consejero en la Comisión de la Verdad. Ejerciendo con pasión esta responsabilidad, apareció la enfermedad letal que le ocasionó la muerte.
Entonces, esa figura fulgurante, ese intelectual respetado y admirado, ese hombre de dimensiones cósmicas, aparece en este último texto como el abuelo tierno, comprensivo, maestro, en toda su dimensión humana.
Tiene la virtud Cartas a Antonia de no haber sido escrito con la intención de ser publicado. Hay ahí, relatos íntimos, poéticos, lecciones de historia y geografía, lecciones de humanismo, enseñanzas, consejos sabios, revestidos todos de una ternura infinita.
Es muy bello ser testigos de ese proceso que se desencadena cuando el tema de la enfermedad aparece, ser testigos de sus temores, sus miedos, sus indignaciones, su impotencia.
“¿Tenía tu papá miedo a la muerte? -le preguntamos a Alfredo hijo y nos respondió que sí, que su padre incluso se lo había planteado. “Si, tengo miedo”, le dijo en alguna noche de intimismo.
Tal vez la gran síntesis de lo que significó todo el proceso vivido con esta lectura y la conversación posterior, es la desgarradora afirmación de su hijo, hecha con total honestidad, con amor, sin emitir juicios de valor, al contarnos que ese hombre magnífico, arriesgado, que tenía una total claridad sobre lo que significaban sus posturas, los riesgos que corría, la persistencia en sus denuncias, ese hombre cuya valentía parecía transpirarse por la piel, era – nos dijo – “un cobarde”. No le creímos.
La figura de Alfredo Molano Bravo, el sociólogo, cuyos libros se convirtieron en textos de culto para los estudiantes universitarios (Aguas Arriba, Selva adentro, Ahí les dejo esos fierros) y quien era reconocido como alumno aventajado del también mítico Orlando Fals Borda, esa figura – digo – brilla en el universo académico y es reconocida, además, por quienes ejercitan el pensamiento crítico en este país descuadernado.
Luego se sumaron sus crónicas y columnas, que empezaron a configurar todo un corpus de ideas expresadas y construidas con total coherencia, en donde se siente de manera nítida su dolor de patria, su solidaridad con los excluidos, su vocación de justicia. Fue precisamente por lo que significa su pensamiento que no sólo se vio obligado al exilio por un tiempo, ya que las amenazas hicieron insostenible su presencia en el país, sino que, a la manera de lo que significa la otra cara de la moneda, fue designado consejero en la Comisión de la Verdad. Ejerciendo con pasión esta responsabilidad, apareció la enfermedad letal que le ocasionó la muerte.
Entonces, esa figura fulgurante, ese intelectual respetado y admirado, ese hombre de dimensiones cósmicas, aparece en este último texto como el abuelo tierno, comprensivo, maestro, en toda su dimensión humana.
Tiene la virtud Cartas a Antonia de no haber sido escrito con la intención de ser publicado. Hay ahí, relatos íntimos, poéticos, lecciones de historia y geografía, lecciones de humanismo, enseñanzas, consejos sabios, revestidos todos de una ternura infinita.
Es muy bello ser testigos de ese proceso que se desencadena cuando el tema de la enfermedad aparece, ser testigos de sus temores, sus miedos, sus indignaciones, su impotencia.
“¿Tenía tu papá miedo a la muerte? -le preguntamos a Alfredo hijo y nos respondió que sí, que su padre incluso se lo había planteado. “Si, tengo miedo”, le dijo en alguna noche de intimismo.
Tal vez la gran síntesis de lo que significó todo el proceso vivido con esta lectura y la conversación posterior, es la desgarradora afirmación de su hijo, hecha con total honestidad, con amor, sin emitir juicios de valor, al contarnos que ese hombre magnífico, arriesgado, que tenía una total claridad sobre lo que significaban sus posturas, los riesgos que corría, la persistencia en sus denuncias, ese hombre cuya valentía parecía transpirarse por la piel, era – nos dijo – “un cobarde”. No le creímos.
Por: Alberto Morales Gutiérrez