Un caballero en moscú
Amor Towels
El lugar en el que se recluye no es cualquier espacio, pues se trata del hotel Metropol de la capital. A partir de ese momento, seremos testigos privilegiados como lectores de la vida del hotel, conociendo cada rincón del establecimiento y, sobre todo, cada persona que pasa por él. Singular novela del norteamericano Amor Towles, a quien ya conocíamos por la estupenda "Normas de cortesía".
Amor Towels
(Boston, 1964) es un escritor preciso, que lucha por conseguir la perfección -formal, al menos- en sus novelas. Quienes habíamos tenido la suerte de leer ya su estupenda "Normas de cortesía", sabíamos que parece gustarle eso que de manera sencilla podemos enunciar bajo la indefinida clasificación de escribir novelas "como las de antes", ofreciendo un todo ordenado en el que la narración fluye del modo más natural, sin el más mínimo roce de experimentación o vanguardia.
Desde sus primeras páginas, he creído reconocer en la obra de Towles algún eco de aquel "El Gatopardo" de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. No en la estructura formal del texto o su estilística, que es bien distinta, sino en las ideas que plantea; la extinción paulatina del pensamiento aristocrático, que lleva aparejada la disminución de un modo de vida que desaparece porque el mundo ha cambiado demasiado rápido. Encuentro no pocos ecos de aquel Fabrizio Corbera en este Aleksandr Rostov, noble caballero que nos hace partícipes del fin de su modo de vida a causa del triunfo de la revolución bolchevique.
En el arranque de la novela, este Rostov protagonista de "Un caballero en Moscú" es severamente juzgado por los artífices del comunismo estatal. Su delito no es más que ser autor de un poema aparentemente subversivo. Por fortuna, nuestro protagonista esquivará la pena de muerte y encontrará en un arresto domiciliario en el mágico hotel Metropol de Moscú una jaula de oro en la que vivir sus días de enclaustramiento forzado. Ya no podrá disfrutar la suite en que habitualmente reside, pues la dirección del hotel, temerosa de la furia estalinista, le recluirá en una buhardilla minúscula.
Desde ese pintoresco encierro, nuestro curioso protagonista se convertirá en un habitante-testigo del hotel, y ahí es donde está la magia del texto. La oscilación de las reflexiones entre lo que ocurre dentro y fuera del hotel son lo mejor de la novela, que tiene un mimo por el detalle que conquista al lector. Recorre con nosotros el período de los años veinte a los cuarenta del siglo pasado, y aunque las circunstancias son profundamente bélicas en Europa, el conde disfruta de un espejismo de normalidad, que se nos administra con fino pincel para el detalle y los sucesos cotidianos.
También es muy disfrutable la pintura del reparto, los personajes que se articulan alrededor del conde y su hotel: floristas, comisarios, diplomáticos, peluqueros, cocineros, empresarios, amigos presentes o pasados del protagonistas, camareros… todo un universo que se nos presenta enriquecido por agudas reflexiones.
Una novela más que recomendable, elegante y sencilla, para lectores de apuestas seguras que no busquen un texto con novedades o alardes técnicos.